Identidad digital: entre el amor, la amistad y la autodefinición.

En el cierre de una de las series animadas más emblemáticas de mi generación, Evangelion, el protagonista Shinji Ikari se enfrenta a la definición de su ser frente a la nada y a su vez, la de reconocerse a sí mismo a través de la perspectiva que tienen las demás personas acerca de él y el tipo de relaciones establecidas con ellas.

Por otra parte, la película Her (Ella) retrata la relación entre un ser humano y un algoritmo de inteligencia artificial, a partir del cual recrea la posibilidad de establecer una relación amorosa y un enamoramiento virtual con un ente inmaterial, como lo podría ser una máquina que a partir del aprendizaje programado interpreta y expresa emociones.

Conjuntamente con el surgimiento de internet y la híper comunicación favorecida por la gran conectividad, surgieron sitios y perfiles personales a través de los cuáles los usuarios se identificaban frente a otros y conformaron las primeras redes sociales a través de foros y chats.

Así también empezaron a surgir páginas de citas en las cuales los usuarios se registraban para encontrar algún perfil compatible entre la gente que se reunía en dicha plataforma con los mismos fines, pero que seguía encontrando problemas ante el reto del anonimato en internet, idea que se encuentra arraigada por la consciencia colectiva como uno de los derechos o condiciones inherentes a la navegación en el ciberespacio.

Finalmente, empezaron a surgir diversas redes sociales a partir de las cuales se empezaron a generar diversas dinámicas para mantener a los miembros, fidelizarlos y generar dinámicas que permitieran a las personas interactuar y generar información con la finalidad de monetizar, supuesto en el cual Facebook empezó a distinguirse debido al modelo de publicidad originado con motivo de la interacción de los diversos “amigos” en la plataforma, a diferencia de otras que proponían funciones especiales o micropagos a partir de juegos.

Sin embargo, a pesar de la versatilidad de las redes sociales, éstas no comprenden la totalidad de interacciones en el ámbito digital, lo que da la posibilidad a terceros para implementar funcionalidades a partir de los perfiles de los usuarios de manera especializada, destacando para efectos de esta colaboración, a las aplicaciones de encuentros y citas tales como Tinder, Match, happn, grindr, okcupid, entre una gran cantidad de opciones, constituyendo a su vez micro redes sociales.

Esta diversa composición de medios digitales empieza a generar modificaciones comportamentales con estadísticas que arrojan tendencias claras, tales como el número de parejas que se conocieron a través de internet y redes sociales, así como el número de divorcios y separaciones que provocan las violaciones de seguridad en dichas redes.

En teoría el proceso relacionado con el uso de algoritmos basados en compatibilidad cuenta con una mayor probabilidad de éxito que los procesos tradicionales, lo cual no solamente se debe al análisis y procesamiento de la información relacionada con los perfiles, sino con la nueva dinámica social en la cual, gran parte de los elementos de una relación no solamente se trasladan al ámbito físico, sino también al virtual a partir del uso extendido de redes sociales.

Sin embargo, además de las diversas brechas en la adopción de las tecnologías, el entorno digital empieza a generar sus propios fantasmas, como en el caso del fenómeno catfish, en el cual se suplanta, se roba o se miente sobre la identidad a través de internet con la finalidad de establecer una relación basada en el engaño.

Estos supuestos de leyendas urbanas, no solamente constituyen anécdotas, sino que revelan varios de los retos respecto de nuestra interacción en internet y el manejo sobre nuestra identidad digital, teniendo en principio el problema básico de su definición y la diversidad de los ámbitos de aplicación en el entorno digital, en el primer caso, puesto que como Shinji no tenemos un concepto claro de los aspectos que deben comprender e instrumentarse en el ámbito de nuestra identidad digital, y en el segundo,  que al entrar en un entorno diverso en el cual interactuamos directamente con algoritmos, máquinas y engaños podemos trasladar el viejo problema de “estar enamorados del amor” y dar existencia a elementos que además de intangibles, son ficticios e inmateriales que en vez de dar unidad a los procesos de internet pueden dispersarlos de manera indefinida.

Si a lo anterior le sumamos el ejercicio de derechos meramente digitales como en el caso del “derecho al olvido” eventualmente podremos estar frente al inicio de una nueva serie de elementos inmateriales en los cuáles todavía no logramos entender el alcance de las eventuales afectaciones, derivado a la vez, de la poca experiencia que tenemos en el manejo de la privacidad en la era digital, puesto que, si la simple indexación de nuestros datos personales con los motores de búsqueda nos pueden poner en verdaderos “predicamentos” solo por la información que se asocia a nuestra identidad ¿qué tan grave podría ser que se filtrara en la red nuestra relación sentimental con un algoritmo? Y derivado de ello, en qué posición quedaría una persona que a lo largo de la vida y sus relaciones con los demás (cada vez más frecuentemente iniciadas por medios digitales) lo único que estuviera realizando en dicho proceso sea el de una autodefinición y autodescubrimiento, sobre el cual no quisiera dejar rastro en la red, supuesto sobre el cual el ejercicio de un derecho al olvido y al perdón adquiriría un mayor contenido.

Bajo esas circunstancias, cobra mucho sentido la recomendación de Barack Obama de que si quieres ser Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica no debes abrir Facebook, sin embargo ¿tendría que ser así? Es decir, presuponer las violaciones a nuestros derechos en vez de tener la certidumbre de las garantías de su protección.

Esta nueva serie de elementos inmateriales empieza a dibujar una nueva serie de inquietudes que surgen a partir del registro de nuestra vida física en la red que a su vez empieza a generar un nuevo rol virtual a partir de nuestra identidad digital-

Identidad digital que va más allá del tema de los particulares, sino que los gobiernos deben establecer mecanismos de coadyuvancia que permitan no solamente definir una identidad, sino homologar condiciones para una ciudadanía digital que a su vez permita vincular con coherencia y congruencia las diversas redes sociales existentes, así como desvancer poco a poco el anonimato o en su caso, permitirlo solamente en ciertas redes.

Ello, puesto que las ventajas de contar con una identidad digital homologada permitirá avanzar en la provisión de bienes y servicios en la economía digital, así como en la seguridad en línea derivada de su implementación, en el entendido, de que la economía colaborativa cada vez más toma como referencia la reputación digital.

Esto es así, ya que el análisis de redes sociales constituyen mecanismos de identificación y autenticación para diversos fines, y por ende, asimilados como procesos más naturales de firmado, que permiten conocer con bastan precisión una serie de valores cualitativos de los usuarios inclusive para fines predictivos o diagnósticos, tal cual se tratara de datos biométricos dinámicos.

Por lo que proteger de manera adecuada nuestra identidad digital, nos permitiría a su vez experimentar una verdadera libertad en internet, asociando de manera natural, estos procesos que al día de hoy todavía generan miedos y dudas en los usuarios, pero que en un futuro no muy lejano, constituirán la forma natural en la cual se dan las relaciones entre las personas.

Hasta la próxima.

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Abogado especializado en TICs, privacidad y cumplimiento legal. Maestro en Derecho de las Tecnologías de Información y Comunicación por INFOTEC.

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